Atlas de un territorio afectivo

El 30 de julio presenté el proyecto “Atlas de un territorio afectivo” en Leache. Para arrancar con el proceso, pedí a las personas asistentes a la presentación que escogieran 3 lugares que consideren “afectivos”, lugares con los que tengan alguna especie de vínculo especial. 

A partir del 15 de agosto he estado acompañando a las personas participantes en visitar esos lugares y en pensar maneras en las que puedan ser “activados” y compartidos con los demás. Aquí algunas de las experiencias:

K me cita a las 8 am y con paso ágil ascendemos a los cerros viejos. Pasamos por pinares y robledales y nos detenemos a observar tres hayas que han crecido en el pinar. Me enseña la balsa vieja, la borda fantasma, la fuente de la losa. Volvemos al pueblo al mediodía y con un mapa en la mano nos acercamos a casa de T. Están catalogando las fuentes del pueblo, han contado más de veinte.

Con I nos acercamos hacia el monte de Itxudur, donde han estado sacando madera los últimos meses. En primavera, I paseaba a menudo por los lugares y fotografió muchísimas flores en los extremos de los caminos: margaritas, tulipanes salvajes, coronillas del fraile o glovularias, gladolios silvestres, etc. Las máquinas han destruido parte de los lugares y lo que eran senderos estrechos son ahora pistas de 3 metros. I señala donde estaban las flores, ahora solo hay tierra revuelta. Especulamos sobre cómo crecerán la próxima primavera.

Hace años había dos lugares de encuentro claves en Leache: el atrio de la iglesia y los depósitos de agua que hacían de piscinas. El atrio sigue siendo un lugar de encuentro, aunque ya no se juega tanto. La piscina lleva años vallada por seguridad. Nos sentamos enfrente del atrio con B y T. Ellas han jugado mucho allí y conservan muchos recuerdos. Les propongo que recopilen los juegos, a modo de guía de instrucciones para generaciones futuras. Ellas se animan también a preguntar a su madre sobre los juegos de las generaciones anteriores. 

Maddi Barber