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Gabarderal es un pueblo marcado, desde sus inicios hasta la actualidad por una relación de complejidad entre la vida y la muerte. Es el agua el elemento catalizador de ambas, tanto por ausencia como por exceso de presencia.
Uno de los elementos más representativos del pueblo es sin duda su jardín. Como si en el transcurso de los años, las migraciones a la ciudad, y las influencias universalizantes que estas traen a lo rural, hubieran cambiado el foco de los haceres agrícolas de Gabarderal. Del afuera al adentro. De los campos que abrazan la localidad, a los jardines que se dejan abrazar por las 39 viviendas que conforman ahora su tejido urbano. Todos esos empeños que consiguieron convertir en regadío lo que antiguamente fue un Cascajal parecen ahora construir todo un oasis de vegetación ciertamente difícil de encontrar en las inmediaciones de la zona. El césped de un verde brillante incluso un 3 de agosto, sirve de base para numerosos rosales de vivero, que rinden tributo a los rosales silvestres, o gabarderas, que poblaban la zona y hoy siguen poblando las inmediaciones. Alzando la vista el jardín se pobla de altos y frondosos pinos, que fueron plantados por los primeros colonos, en busca de sombra bajo la que poder resistir. Es sorprendente cómo, en apenas, 60 años, los pinos han llegado a adoptar semejante porte. No son pinos plantados, son ya un completo pinar. ‘El agua ha hecho el milagro’ dice David Maruri, escritor del libro de la historia de Gabarderal. El agua es vital para la conformación del oasis del que hablo. El depósito que en 1965 sirvió para dotar de abastecimiento de agua a los habitantes del pueblo, hoy en día se utiliza regar los jardines mencionados, además de llenar el agua de la piscina cada verano. Por agua no será.