Cultura contemporánea y ruralidad

MURIETA / CONJUNTA / «EL PUEBLO»

La calle, la fresca, los poyos, los vecinos. Los vecinos, sobre todo los vecinos.  La mejor diferencia de un pueblo con una ciudad es que sigue manteniendo cierto amor y cuidado por ciertas cosas, costumbres, lugares…Sigue encontrando tiempo para salir y sentarse un rato al lado del vecino, a hablar, a mirar, a estar. Sigue manteniendo la conciencia (muchas veces inconsciente) por la importancia del tiempo dedicado al encuentro, al cuidar, al contemplar, al recordar, al soñar, al vivir. 

Me viene a la mente un librito que leí hace poco, El Camino, de Miguel Delibes, ambientado en un mundo de pueblo maravilloso. Me gustaría hacer también un poco de hincapié en la fortuna de ser parte de un pueblo y no dejar que todo lo que hace pueblo a un pueblo se vaya por ahí de la mano de las prisas, el frenesí absurdo,  el individualismo y  las tecnologías, que más que conectarnos nos desconectan. Y hablando de tecnologías, iInvito también tanto a grandes como a pequeños, a alejarse un rato de las pantallas y leer este entrañable librito del que rescato algunas frases:

“Don José, el cura, dijo entonces que cada cual tenía un camino marcado en la vida y que se podía renegar de ese camino por ambición y sensualidad y que un mendigo podía ser más rico que un millonario en su palacio, cargado de mármoles y criados.”

“Las ingentes montañas, con sus recias crestas recortadas sobre el horizonte, imbuían al Moñigo una irritante impresión de insignificancia.”

“Cuando a las gentes les faltan músculos en los brazos, les sobran en la lengua.”

“Los muertos eran tierra y volvían a la tierra, se confundían con ella en un impulso directo, casi vicioso, de ayuntamiento.”

“Sentir sobre sí la quietud serena y reposada del valle, contemplar el conglomerado de prados, divididos en parcelas y salpicados de caseríos dispersos.”

“Los aromas húmedos y difusos de la tierra avivaban su nostalgia, ponían en sus recuerdos una nota de palpitante realidad.”

“La felicidad —concluyó— no está, en realidad, en lo más alto, en lo más grande, en lo más apetitoso, en lo más excelso; está en acomodar nuestros pasos al camino que el Señor nos ha señalado en la Tierra.”

“Había una belleza en el sol escondiéndose tras los montes y en el gemido de una carreta llena de heno, y en el vuelo pausado de los milanos bajo el cielo límpido de agosto, y hasta en el mero y simple hecho de vivir.”

“Los hombres se hacen; las montañas están hechas ya.”

“Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia.”

“Le dolía que los hechos pasasen con esta facilidad a ser recuerdos; notar la sensación de que nada, nada de lo pasado, podría reproducirse.”

“El campo es una de las pocas oportunidades que aún restan para huir.”

·La gente en seguida arremete contra los niños, aunque muchas veces el enojo de los hombres proviene de su natural irritable y suspicaz y no de las travesuras de aquéllos·”

“Cada individuo del pueblo preferiría morirse antes que mover un dedo en beneficio de los demás. La gente vivía aislada y sólo se preocupaba de sí misma. Y a decir verdad, el individualismo feroz del valle sólo se quebraba las tardes de los domingos, al caer el sol.”

“Cada uno mira demasiado lo propio y olvida que hay cosas que son de todos y que hay que cuidar.”

“El valle… Aquel valle significaba mucho para Daniel, el Mochuelo. Bien mirado, significaba todo para él. En el valle había nacido y, en once años, jamás franqueó la cadena de altas montañas que lo circuían. Ni experimentó la necesidad de hacerlo siquiera. A veces, Daniel, el Mochuelo, pensaba que su padre, y el cura, y el maestro, tenían razón, que su valle era como una gran olla independiente, absolutamente aislada del exterior. Y, sin embargo, no era así; el valle tenía su cordón umbilical, un doble cordón umbilical, mejor dicho, que le vitalizaba al mismo tiempo que le maleaba: la vía férrea y la carretera. Ambas vías atravesaban el valle de sur a norte, provenían de la parda y reseca llanura de Castilla y buscaban la llanura azul del mar. Constituían, pues, el enlace de dos inmensos mundos contrapuestos. En su trayecto por el valle, la vía, la carretera y el río -que se unía a ellas después de lanzarse en un frenesí de rápidos y torrentes desde lo alto del Pico Rando- se entrecruzaban una y mil veces, creando una inquieta topografía de puentes, túneles, pasos a nivel y viaductos. En primavera y verano, Roque, el Moñigo, y Daniel, el Mochuelo, solían sentarse, al caer la tarde, en cualquier leve prominencia y desde allí contemplaban, agobiados por una unción casi religiosa, la lánguida e ininterrumpida vitalidad del valle.”